Enterrado

“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12:24)
Me quedé atascada en esta frase en específico mientras leía un libro la otra noche. La semilla que se planta necesita morir para cumplir su propósito final, dar fruto. Es decir, la semilla necesita ser enterrada para que se convierta en lo que siempre tuvo que ser.
Así como la semilla necesita ser enterrada, escondida y perdida, sacrificando todo para que realmente viva; así son nuestras vidas, necesitadas de ser enterradas con Cristo, escondidas en Él y perder la vida mundana para ganar la eternidad.
Aunque mucho de lo que estoy escribiendo es de conocimiento común para la comunidad cristiana, mi pregunta es, ¿realmente estamos creyendo y sometiendo nuestras vidas a estas palabras? 

Hablemos de las letras rojas de la Biblia, a las que debemos prestar nuestra máxima atención.
Por ejemplo, la repetición de las palabras “de cierto, de cierto” invoca acuerdo, esa es otra forma de decir “amén” en griego. Esta declaración se usa más de 50 veces para considerar la importancia de las palabras de Jesús, señal de afinar nuestros oídos, tomar nota instantáneamente y recibir esa verdad en nuestros corazones. Comenzar con amén implica no solo que lo que sigue es verdad, sino que la persona que enuncia esa declaración tiene la autoridad y el conocimiento al respecto.

“El que ama su vida, la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12:25).
Solo perdiendo nuestra antigua forma de vida encontraremos una nueva vida. Una vida orientada en torno a nosotros mismos, donde somos nuestro objetivo final, comienza rápidamente a mostrarse como lo que realmente es: una distorsión del tipo de vida para el que fuimos creados.
Las vidas egocéntricas son tristes y desperdiciadas. Ofende nuestro orgullo escuchar que lo mejor de nosotros, nuestros mayores logros y nuestros esfuerzos más sinceros a menudo nos están alejando aún más de lo que realmente estábamos destinados a ser. La razón es que, si bien queremos bondad y amor, lo queremos en nuestros términos. 

“… Lo que siembras no vuelve a la vida si no muere” (1 Corintios 15:36).
A menos que muera... ¿qué haces con un cadáver? ¡Tú lo entierras! Piénsalo, puedes pasar frente a una casa con un cadáver y no saber que alguien ha muerto. Es hasta que se lleva a cabo el funeral y le llevan por las calles que todos saben que está muerto.
La muerte del creyente al pecado ya todo lo que este mundo puede ofrecer es al principio un secreto, pero mediante una confesión abierta puede hacer saber a todos que está muerto con Cristo. 

“Porque morimos y fuimos sepultados con Cristo por el bautismo. Y así como Cristo resucitó de los muertos por el poder glorioso del Padre, ahora también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6:4).
Si estamos muertos al pecado y a las obras de este mundo, es solo porque estamos sepultados con Cristo. Ahora, la buena noticia es: no nos quedamos en una tumba para siempre y tampoco caminamos entre las tumbas. Podemos pecar, pero el pecado nunca más podrá tener dominio sobre nosotros. La gracia de Dios se apoderó de nosotros y nuestros corazones cambiaron para siempre.
Ahora resucitamos con Él en victoria, y el mismo poder que resucitó a Jesús de la muerte vive en nosotros. Enterrado en este mundo. Vivo para la eternidad.

Previous
Previous

Sin Distracciones

Next
Next

Sin Límites