Poca Fe

El año pasado, justo a principios de noviembre, mi esposo y yo estábamos enseñando la última clase del año en el Ínstituto Bíblico Xplore Nations: Los Evangelios. Leí cada libro con el propósito de encontrar lo que los hace únicos y diferentes.
Después de haber leído los Evangelios para nuestra enseñanza, decidimos invitar a todos los alumnos a leer los Evangelios en un mes, así que los volvimos a leer en diciembre.
Esta vez comencé al revés, de Juan a Mateo. Las letras rojas de Jesús seguían sobresaliendo de las páginas para mí, con el recuerdo de la vacilante confianza de los discípulos, y muchas veces la nuestra: ¡Oh, hombres de poca fe! 

• Si así viste Dios a la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al fuego, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? (Mateo 6:30)

• Él respondió: “Hombre de poca fe, ¿por qué tienes tanto miedo?” Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo se calmó. (Mateo 8:26)

• Inmediatamente Jesús extendió su mano y lo atrapó. “Hombre de poca fe”, dijo, “¿por qué dudaste?” (Mateo 14:31)

• ¿Recuerdan cómo alimenté a miles con unos pocos panes que sobraron? Luego, “Oh hombres de poca fe, ¿por qué discutís entre vosotros el hecho de que no tenéis pan?” (Mateo 16:8)

La reprensión de Jesús se hace con bondad, pues reconoce una fe auténtica pero pequeña; no reprende la presencia de la fe sino la ausencia de crecimiento y madurez en ella.
Como creyentes, es tan fácil sentir empatía por los discípulos, ya que también nosotros hemos permitido que las preocupaciones, el miedo y la duda estanquen nuestra fe. Nosotros también necesitamos escuchar esa reprensión.
Estos afanes, miedos y dudas por lo general no son cosas que tengamos la intención de llevar o que estemos eligiendo deliberadamente; a menudo son innatos a nuestras personalidades.
Aunque los rasgos de personalidad juegan un papel importante en nuestras vidas, no podemos excusar nuestra falta de crecimiento espiritual con nuestro temperamento, y mucho menos consentir que poca fe permanezca en nosotros.
“Si así viste Dios la hierba del campo” “Señor, sálvanos” “Si tan sólo mantuvieras tus ojos en mí” “¿Te acuerdas?”
Por el poder del Espíritu dentro de nosotros, tenemos una opción en este asunto. Podemos considerar, orar, pedir, recordar y, con el tiempo, podemos sentir que nuestra fe se eleva más que un poco.

La poca fe entra en pánico. La gran fe no considera la situación sino la Persona: Jesús.
La gran fe sabe que Jesús es la fuente de nuestra provisión. La gran fe sabe que Jesús está en la barca con los discípulos. La gran fe sabe que Jesús está en las olas con Pedro. La gran fe sabe que Jesús es un multiplicador de panes.
Nos convertimos en lo que contemplamos. Mirar a Jesús debe ser nuestro trabajo diario. La mejor respuesta a nuestras preocupaciones, miedos y dudas es no excusarla en nuestra prueba de personalidad; es mirar el amor de Cristo por nosotros. Jesús ama salvarnos de nuestras preocupaciones, temores y dudas.

Considere toda la evidencia en su situación y encontrará a Jesús parado justo en medio de ella con usted. Él nunca falla. ¡Deje que su fe se eleve!

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